sábado, 25 de febrero de 2012

‘Revuélcalo un poco ahí’


Eso es lo que le ordena un editor a su reportero. Le pasa un boletín de la policía o de cualquier secretaría o institución y lo insta a que le dé un par de vueltas al texto, cambie algunas frases o corrija los muchos errores con que llegan. Ya revolcado, el informe en cuestión se publica como nota periodística. A veces muuuuy revolcado, o sea, más ilegible que antes.
En un taller reciente con periodistas de un medio del sureste (de México) uno de los participantes se confesó en nombre de todo el auditorio: lo que yo les estaba tratando de decir les resultaba novedoso, sonaba lógico, y quizá incluso en alguna otra época en el pasado se hizo eso de usar el boletín sólo como una fuente primaria.
Uno de mis experimentados pupilos recordaba incluso un editor, hacía ya mucho tiempo, que les pedía que fueran a entrevistar testigos y cosas así, pero ya eso está un poco atrasado, del siglo XX a.n.e.d (Antes de Nuestra Era Digital). Es obsoleto eso de reportear
Para apoyar mi tesis de que aún se hace, que el oficio de reportero-de-verdad no está en extinción --y si acaso habrá entrado en un periódo de obsolescencia del que de puede aún rescatar-- les di a leer una nota de suceso publicada en El País y los invité a compararla con una revolcada por uno de los reporteros que tomaban el taller. El mensaje que trataba de pasar era el más simple en apariencia: el periodista cuenta historias, esa es su esencia. Y otro, una nota reporteada se lee como un relato, mientras que una nota revolcada sigue siendo un informe policial por más que te revuelques con él. Una nota periodística es, y debe ser gestada por el reportero, se sale al campo a hacerla. El boletín de la policía es acaso una fuente más, o debería serlo, pero una fuente limitada como cualquiera otra. No se puede prescindir del trabajo real del reportero, es inadmisible.
Pero no lo es, el equivocado soy yo. Se está prescindiendo de él o su trabajo todo el tiempo desde hace bastante tiempo, y hay en México y Latinoamérica cientos de periódicos para demostrarlo: los reporteros tampoco hacen falta ya; basta con reunir boletines y revolcarlos y publicar, oficiosos, la versión oficial de cual sea el asunto del que queramos informar, o sumar varios reportes o informes si lo que queremos es reflexionar o incluso investigar.
Si mandas a un reportero a la calle, renuncia. Para hacer noticias a partir de hechos están las agencias. ¿Entonces por qué les siguen pagando? ¿Para qué? ¿Cuál es el trabajo de un reportero en estos periódicos y por qué se le sigue llamando así si en realidad nada de lo que hacen tiene que ver con aquel trabajo que en otra época se reconoció como indispensable, en el centro de esa profesión llamada periodismo?
Con la cultura digital el copiar-y-pegar se hizo cotidiano. Lo que antes era una práctica casi clandestina y mal vista en el medio, el refrito, terminó siendo lo normal. Con raras excepciones, las revistas que circulan hoy se hacen íntegras en una Redacción. Y esa cultura ha invadido ya también el periodismo diario.
El editor de este mundo virtual no tiene que mandar a nadie a buscar nada en el mundo real. El reportaje con base en experiencias de la vida real, que en otra época alimentaban y eran el alma, el aliento vital del periodismo, pertenecen ya al pasado de una profesión agonizante y un mal negocio: el periodismo real, o sea, basado en la realidad.
El reporteo, o reportaje, es algo ya casi caballeresco, quijotesco. Pertenece a una época en que el periodismo impreso de verdad importaba porque la gente leía los periódicos, que ahora sobreviven en un interminable círculo vicioso: los lectores no leen, los editores no editan, los reporteros no reportean, las fotos se toman de internet, las noticias de los boletines, y así, el mundo real y lo que en este sucede todo el tiempo ya no es la fuente primaria de la cual nutrirse.
Y sin embargo, pese a su muerte anunciada, siguen naciendo revistas y periódicos como hongos en primavera en nuestras sociedades siempre en ebullición, en todo México y Latinoamérica. Me gustaría creer que el mal tiene cura, que aún estamos a tiempo. Pero para que alguien o algo se cure primero tiene que querer curarse, aceptar que lo aqueja algún mal, verlo como tal. O sea, los dueños de los periódicos tendrían que estar interesados, aunque fuese mínimamente, en hacer periodismo. Se ha tratado de culpar a Internet de la decadencia del periódico impreso, pero se trata de una implosión: el periodismo ha perdido todo contacto con la realidad y con su esencia y razón de ser, como bien ha dicho Tomás Eloy Martínez.

2 comentarios:

  1. Gracias por esta interesante lección, Andrés. Dejé de trabajar en Construcción. Mi último número fue el 170. Aparte de editar y corregir (y barrer, trapear y sacudir) escribía. Redacté un trabajo (basado en un documento) sobre responsabilidad social empresarial, pero quería una historia real. Salí con mi madre a la calle a experimentar la "realidad" en su silla de ruedas y agregué la experienca al trabajo. Sin consultarme siquiera (¿editor general?) insertaron una nota de relaciones públicas, un boletín. Ahora, supongo, siguen haciendo lo mismo: coger la nota del "cuate", hacer un refrito de Internet (ni siquiera investigar, solo copiar lo primero que se pone por delante). Y, lo peor, ni siquiera hay editores con habilidad suficiente como para "decorar" la escritura de quienes no son ni siquiera periodistas (ni redactores siquiera) para hacerla legible y amena. Ha sido un gusto leerte de nuevo.

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  2. Vaya! abrí mi cuenta en Google, solo para decirle que no deje de escribir estos interesantes temas!!!

    Gracias!

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